¿Qué es el talento? Para algunos, es hacer muy bien algo, para otros, es desarrollar una habilidad innata. Hay quienes consideran que es ganar un concurso y destacarse por sobre los demás. En este artículo, nos referiremos a talento como aptitud o habilidad para una determinada actividad o área de acción.
¿Qué importancia tiene el desarrollo del talento desde edades tempranas?
Los adultos somos responsables de las experiencias a las que acercamos o alejamos a los niños, ya que, basado en lo que sea importante para nosotros, será aquello que vayamos a apoyar en las tempranas vivencias infantiles. Somos los adultos, los mayores propietarios de un gran poder en cuanto a favorecer o desfavorecer el desarrollo de talentos en los jóvenes individuos.
En la crianza y en la educación, muchas veces los comportamientos que se le demandan a los niños -que a veces pueden significar replegar talentos-, ocurren en virtud de un medio social que favorece la uniformidad y desmotiva el distinguirse.
Ofrezco aquí algunas formas de favorecer el despliegue de los talentos infantiles, tanto en la crianza, como en la educación. Espero que les sean de utilidad
1. Atender a sus pedidos –involucrarse con lo que están solicitando- .
Prestar atención a lo que el niño nos está pidiendo es más que oírlo. Oírlo atentamente es el primer paso: si es posible dejar de hacer otra actividad, o solicitar que aguarde a que finalicemos para atenderle exclusivamente. Atender es escuchar, y luego darnos cuenta de qué necesita, para qué lo usa, en qué lo satisface eso que está pidiendo.
Si es una actividad, dónde se realiza, con quiénes, qué habilidades y/o sentidos desarrolla con esa actividad, a quiénes necesita para llevarla a cabo. Si es un objeto, atender para qué le sirve, con quién o quiénes lo conecta, qué procesos internos pone en marcha su uso –el pensamiento, la narrativa, la fantasía, la resolución de problemas-. Si prestamos atención a los pedidos, lo estaremos conociendo a cada momento un poco más, y progresivamente muchísimo mejor.
2. Entenderlo como un ser único.
Para muchas personas es un ejercicio muy difícil el detener y/o evitar las comparaciones en la mente. Prescindir de las asociaciones acerca de a quién se parece, o cómo quién lo hace, qué persona haría esto ono haría jamás aquello. Entenderlo como un ser único es permitirle que nos sorprenda con habilidades, destrezas y curiosidades que nunca jamás se nos habrían ocurrido ¡a nosotros mismos!. Dejarnos sorprender y darle ese lugar exclusivo y único en este planeta, para que despliegue su creatividad, es decir una combinación novedosa de elementos y relaciones. Darnos cuenta de que esto que aún no se ha exteriorizado, debe por ello ser desconocido, nuevo y diferente.
3. Permitirle –y permitirnos- que “salga del molde”.
Los mandatos de cómo deben ser las cosas –personas, procesos, etc.- suelen ser muy marcados en algunos ámbitos, fundamentalmente familiar, escolar, y en los grupos sociales. Los ‘distintos’ se distinguen –valga la redundancia- de los que siguen esos patrones con resultados globalmente esperables. Las pocas veces que la distinción se celebra en el grupo, es cuando el niño presenta un despliegue superior de habilidades que interesan particularmente al grupo en ese momento. Salir del molde es expandirse, ampliar y refrescar las perspectivas… ¡adelante!.
4. Compartir sus intereses sin juzgar. Realizar las experiencias.
Muchas veces ocurre que los intereses de los pequeños son desconocidos y por ello rechazados por los adultos. El adulto que pueda relajarse y desafiarse a sí mismo para realizar las experiencias con los niños, puede descubrir un mundo nuevo, como así también ponerse en el lugar del niño –desarrollar la empatía- respecto de esa actividad en particular. Hacer sin juzgar, es un ejercicio que ayuda a estar más presentes en la relación y así fortalecerla, contrario a juzgar desde un lugar de superioridad de la mente rígida.
5. Aprender de ellos.
Los niños suelen tener actitudes frescas y renovadoras. Al contar con menores condicionamientos por experiencias previas, nos pueden mostrar modos descontracturados de abordar circunstancias. Los chicos tienen menos “debería” o “esto se hace así” que los grandes, y esto amplía sus posibilidades de crear soluciones creativas. Aprender sus maneras de abordar situaciones nos involucra en esa relación desde una posición que puede transformarnos positivamente a nosotros mismos.
6. Ejercer autoridad desde la empatía.
La empatía es la capacidad de ponernos en el lugar del otro. La autoridad desde la empatía es más bien un liderazgo. Podemos generar respuestas positivas en los niños, si nos atrevemos a esta novedosa actitud. Al mismo tiempo, podemos integrar en nuestro interior el rol de cuidado y guía, con la libertad para crear. Equilibrar empatía y autoridad en la crianza y la educación, es un desafío a nuestras propias estructuras.
7. Amar a nuestro niño interior – y tratar al pequeño como nos gustaría que nos trataran-.
Aunque parezca obvio, para llegar a ser adultos, pues fuimos niños alguna vez. Las experiencias de la infancia marcaron muchas de nuestras maneras de pensar y de comportarnos, y le otorgaron determinadas características a nuestra personalidad. Hoy desde el rol que nos toca ejercer, es un gran aporte a los vínculos con los infantes, recordar nuestras experiencias tempranas con amor, viviéndolas como aprendizajes, sea para imitar como para descartar, en nuestras relaciones con los niños.
El impacto de las intervenciones tempranas en crianza tiene efectos ampliados en el desarrollo de la vida del niño, luego joven, luego adulto… positivas, negativas, neutras… Somos hoy, los adultos los que elegimos por ellos, y a la vez ¡les estamos enseñando cómo elegir!.